Jueves 30 de Octubre 2025
- daniela0780
- 30 oct
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Josue 10 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
Derrota de los amorreos
1 Cuando Adonisedec rey de Jerusalén oyó que Josué había tomado a Hai, y que la había asolado (como había hecho a Jericó y a su rey, así hizo a Hai y a su rey), y que los moradores de Gabaón habían hecho paz con los israelitas, y que estaban entre ellos, 2 tuvo gran temor; porque Gabaón era una gran ciudad, como una de las ciudades reales, y mayor que Hai, y todos sus hombres eran fuertes. 3 Por lo cual Adonisedec rey de Jerusalén envió a Hoham rey de Hebrón, a Piream rey de Jarmut, a Jafía rey de Laquis y a Debir rey de Eglón, diciendo: 4 Subid a mí y ayudadme, y combatamos a Gabaón; porque ha hecho paz con Josué y con los hijos de Israel. 5 Y cinco reyes de los amorreos, el rey de Jerusalén, el rey de Hebrón, el rey de Jarmut, el rey de Laquis y el rey de Eglón, se juntaron y subieron, ellos con todos sus ejércitos, y acamparon cerca de Gabaón, y pelearon contra ella.
6 Entonces los moradores de Gabaón enviaron a decir a Josué al campamento en Gilgal: No niegues ayuda a tus siervos; sube prontamente a nosotros para defendernos y ayudarnos; porque todos los reyes de los amorreos que habitan en las montañas se han unido contra nosotros. 7 Y subió Josué de Gilgal, él y todo el pueblo de guerra con él, y todos los hombres valientes. 8 Y Jehová dijo a Josué: No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti. 9 Y Josué vino a ellos de repente, habiendo subido toda la noche desde Gilgal. 10 Y Jehová los llenó de consternación delante de Israel, y los hirió con gran mortandad en Gabaón; y los siguió por el camino que sube a Bet-horón, y los hirió hasta Azeca y Maceda. 11 Y mientras iban huyendo de los israelitas, a la bajada de Bet-horón, Jehová arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos hasta Azeca, y murieron; y fueron más los que murieron por las piedras del granizo, que los que los hijos de Israel mataron a espada.
12 Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas:
Sol, detente en Gabaón;
Y tú, luna, en el valle de Ajalón.
13 Y el sol se detuvo y la luna se paró,
Hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos.
¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero. 14 Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel.
15 Y Josué, y todo Israel con él, volvió al campamento en Gilgal.
16 Y los cinco reyes huyeron, y se escondieron en una cueva en Maceda. 17 Y fue dado aviso a Josué que los cinco reyes habían sido hallados escondidos en una cueva en Maceda. 18 Entonces Josué dijo: Rodad grandes piedras a la entrada de la cueva, y poned hombres junto a ella para que los guarden; 19 y vosotros no os detengáis, sino seguid a vuestros enemigos, y heridles la retaguardia, sin dejarles entrar en sus ciudades; porque Jehová vuestro Dios los ha entregado en vuestra mano. 20 Y aconteció que cuando Josué y los hijos de Israel acabaron de herirlos con gran mortandad hasta destruirlos, los que quedaron de ellos se metieron en las ciudades fortificadas. 21 Todo el pueblo volvió sano y salvo a Josué, al campamento en Maceda; no hubo quien moviese su lengua contra ninguno de los hijos de Israel.
22 Entonces dijo Josué: Abrid la entrada de la cueva, y sacad de ella a esos cinco reyes. 23 Y lo hicieron así, y sacaron de la cueva a aquellos cinco reyes: al rey de Jerusalén, al rey de Hebrón, al rey de Jarmut, al rey de Laquis y al rey de Eglón. 24 Y cuando los hubieron llevado a Josué, llamó Josué a todos los varones de Israel, y dijo a los principales de la gente de guerra que habían venido con él: Acercaos, y poned vuestros pies sobre los cuellos de estos reyes. Y ellos se acercaron y pusieron sus pies sobre los cuellos de ellos. 25 Y Josué les dijo: No temáis, ni os atemoricéis; sed fuertes y valientes, porque así hará Jehová a todos vuestros enemigos contra los cuales peleáis. 26 Y después de esto Josué los hirió y los mató, y los hizo colgar en cinco maderos; y quedaron colgados en los maderos hasta caer la noche. 27 Y cuando el sol se iba a poner, mandó Josué que los quitasen de los maderos, y los echasen en la cueva donde se habían escondido; y pusieron grandes piedras a la entrada de la cueva, las cuales permanecen hasta hoy.
28 En aquel mismo día tomó Josué a Maceda, y la hirió a filo de espada, y mató a su rey; por completo los destruyó, con todo lo que en ella tenía vida, sin dejar nada; e hizo al rey de Maceda como había hecho al rey de Jericó.
29 Y de Maceda pasó Josué, y todo Israel con él, a Libna; y peleó contra Libna; 30 y Jehová la entregó también a ella y a su rey en manos de Israel; y la hirió a filo de espada, con todo lo que en ella tenía vida, sin dejar nada; e hizo a su rey de la manera como había hecho al rey de Jericó.
31 Y Josué, y todo Israel con él, pasó de Libna a Laquis, y acampó cerca de ella, y la combatió; 32 y Jehová entregó a Laquis en mano de Israel, y la tomó al día siguiente, y la hirió a filo de espada, con todo lo que en ella tenía vida, así como había hecho en Libna.
33 Entonces Horam rey de Gezer subió en ayuda de Laquis; mas a él y a su pueblo destruyó Josué, hasta no dejar a ninguno de ellos.
34 De Laquis pasó Josué, y todo Israel con él, a Eglón; y acamparon cerca de ella, y la combatieron; 35 y la tomaron el mismo día, y la hirieron a filo de espada; y aquel día mató a todo lo que en ella tenía vida, como había hecho en Laquis.
36 Subió luego Josué, y todo Israel con él, de Eglón a Hebrón, y la combatieron. 37 Y tomándola, la hirieron a filo de espada, a su rey y a todas sus ciudades, con todo lo que en ella tenía vida, sin dejar nada; como había hecho a Eglón, así la destruyeron con todo lo que en ella tenía vida.
38 Después volvió Josué, y todo Israel con él, sobre Debir, y combatió contra ella; 39 y la tomó, y a su rey, y a todas sus ciudades; y las hirieron a filo de espada, y destruyeron todo lo que allí dentro tenía vida, sin dejar nada; como había hecho a Hebrón, y como había hecho a Libna y a su rey, así hizo a Debir y a su rey.
40 Hirió, pues, Josué toda la región de las montañas, del Neguev, de los llanos y de las laderas, y a todos sus reyes, sin dejar nada; todo lo que tenía vida lo mató, como Jehová Dios de Israel se lo había mandado. 41 Y los hirió Josué desde Cades-barnea hasta Gaza, y toda la tierra de Gosén hasta Gabaón. 42 Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué de una vez; porque Jehová el Dios de Israel peleaba por Israel. 43 Y volvió Josué, y todo Israel con él, al campamento en Gilgal.
Comentario del Capitulo

Capítulo 36-37 La roca herida
Isaías lo describe como “la Roca de la eternidad”, como “sombra de gran peñasco en tierra calurosa.” Y al anotar la preciosa promesa evoca el recuerdo del arroyo vivo que fluía para Israel: “Los afligidos y necesitados buscan las aguas, pero no las encuentran; seca está de sed su lengua. Yo, Jehová, los oiré; yo, el Dios de Israel, no los desampararé”. “Porque yo derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre la tierra seca”. “Porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la estepa”. Se extiende la invitación “a todos los sedientos: Venid a las aguas”. Y esta invitación se repite en las últimas páginas de la santa Palabra. El río del agua de vida, “resplandeciente como cristal”, emana del trono de Dios y del Cordero; y la misericordiosa invitación repercute a través de los siglos: “Y el que tiene sed, venga. El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”. Isaías 26:4 (VM); 32:2; 41:17; 44:3; 35:6; 55:1; Apocalipsis 22:17.
Precisamente antes de que la hueste hebrea llegara a Cades, dejó de fluir el arroyo de agua viva que por tantos años había brotado y corrido a un lado del campamento. El Señor quería probar de nuevo a su pueblo. Quería ver si habría de confiar en su providencia o imitaría la incredulidad de sus padres.
Tenían ahora a la vista las colinas de Canaán. Unos pocos días de camino los llevarían a las fronteras de la tierra prometida. Se hallaban a poca distancia de Edom, la tierra que pertenecía a los descendientes de Esaú, a través de la cual pasaba la ruta hacia Canaán. A Moisés se le había dado la orden: “Volveos al norte. Dile al pueblo: Cuando paséis por el territorio de vuestros hermanos, los hijos de Esaú, que habitan en Seir, ellos tendrán miedo de vosotros [...]. Compraréis de ellos por dinero los alimentos, y comeréis; también compraréis de ellos el agua, y beberéis”. Deuteronomio 2:3-6. Estas instrucciones debieron ser suficientes para explicarles por qué se les había cortado la provisión de agua: estaban por cruzar un país bien regado y fértil, en camino directo hacia la tierra de Canaán. Dios les había prometido que pasarían sin molestias por Edom, y que tendrían oportunidad de comprar alimentos y agua suficiente para suplir a toda la nación. La cesación del milagroso flujo de agua debió ser motivo de regocijo, una señal de que la peregrinación por el desierto había terminado. Lo habrían comprendido si no los hubiera cegado la incredulidad. Pero lo que debió ser evidencia de que se cumplía la promesa de Dios, fue motivo de duda y murmuración. El pueblo pareció renunciar a toda esperanza de que Dios lo pondría en posesión de la tierra de Canaán, y clamó por las bendiciones del desierto.
Antes de que Dios les permitiera entrar en la tierra de Canaán, los israelitas debían demostrar que creían en su promesa. El agua dejó de fluir antes que llegaran a Edom. Tuvieron pues, por lo menos durante un corto tiempo, oportunidad de andar por la fe en vez de andar confiados en lo que veían. Pero la primera prueba despertó el mismo espíritu turbulento y desagradecido que habían manifestado sus padres. En cuanto se oyó clamar por agua en el campamento, se olvidaron de la mano que durante tantos años había suplido sus necesidades, y en lugar de pedir ayuda a Dios, murmuraron contra él, exclamando en su desesperación: “¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!” Números 20:1-13. Es decir que desearon estar entre los que fueron destruidos en la rebelión de Coré.
Sus clamores se dirigían contra Moisés y contra Aarón: “¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este horrible lugar? No es un lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granados, ni aun de agua para beber”.
Los jefes fueron a la puerta del tabernáculo, y se postraron. Nuevamente “la gloria de Jehová se les apareció sobre ellos”, y Moisés recibió la orden: “Toma la vara y reúne a la congregación, tú con tu hermano Aarón, y hablad a la peña a la vista de ellos. Ella dará su agua; así sacarás para ellos aguas de la peña”.
Los dos hermanos se presentaron ante el pueblo, llevando Moisés la vara de Dios en la mano. Ambos eran ya hombres muy ancianos. Habían sobrellevado mucho tiempo la rebelión y la testarudez de Israel; pero ahora por último aun la paciencia de Moisés se agotó. “¡Oíd ahora, rebeldes! -exclamó-: “¿Haremos salir aguas de esta peña para vosotros?”” Y en vez de hablar a la roca, como Dios le había mandado, la hirió dos veces con la vara.
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