Viernes 12 de Diciembre 2025.
- daniela0780
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1 Samuel 4 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
Los filisteos capturan el arca
1 Y Samuel habló a todo Israel.
Por aquel tiempo salió Israel a encontrar en batalla a los filisteos, y acampó junto a Eben-ezer, y los filisteos acamparon en Afec. 2 Y los filisteos presentaron la batalla a Israel; y trabándose el combate, Israel fue vencido delante de los filisteos, los cuales hirieron en la batalla en el campo como a cuatro mil hombres. 3 Cuando volvió el pueblo al campamento, los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos? Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos. 4 Y envió el pueblo a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto de Jehová de los ejércitos, que moraba entre los querubines; y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, estaban allí con el arca del pacto de Dios.
5 Aconteció que cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento, todo Israel gritó con tan gran júbilo que la tierra tembló. 6 Cuando los filisteos oyeron la voz de júbilo, dijeron: ¿Qué voz de gran júbilo es esta en el campamento de los hebreos? Y supieron que el arca de Jehová había sido traída al campamento. 7 Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían: Ha venido Dios al campamento. Y dijeron: ¡Ay de nosotros! pues antes de ahora no fue así. 8 ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de estos dioses poderosos? Estos son los dioses que hirieron a Egipto con toda plaga en el desierto. 9 Esforzaos, oh filisteos, y sed hombres, para que no sirváis a los hebreos, como ellos os han servido a vosotros; sed hombres, y pelead.
10 Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel treinta mil hombres de a pie. 11 Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees.
12 Y corriendo de la batalla un hombre de Benjamín, llegó el mismo día a Silo, rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza; 13 y cuando llegó, he aquí que Elí estaba sentado en una silla vigilando junto al camino, porque su corazón estaba temblando por causa del arca de Dios. Llegado, pues, aquel hombre a la ciudad, y dadas las nuevas, toda la ciudad gritó. 14 Cuando Elí oyó el estruendo de la gritería, dijo: ¿Qué estruendo de alboroto es este? Y aquel hombre vino aprisa y dio las nuevas a Elí. 15 Era ya Elí de edad de noventa y ocho años, y sus ojos se habían oscurecido, de modo que no podía ver. 16 Dijo, pues, aquel hombre a Elí: Yo vengo de la batalla, he escapado hoy del combate. Y Elí dijo: ¿Qué ha acontecido, hijo mío? 17 Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. 18 Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.
19 Y su nuera la mujer de Finees, que estaba encinta, cercana al alumbramiento, oyendo el rumor que el arca de Dios había sido tomada, y muertos su suegro y su marido, se inclinó y dio a luz; porque le sobrevinieron sus dolores de repente. 20 Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella: No tengas temor, porque has dado a luz un hijo. Mas ella no respondió, ni se dio por entendida. 21 Y llamó al niño Icabod, diciendo: ¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido. 22 Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios.
Comentario del Capitulo

Capítulo 47-48 La repartición de Canaán
Las ciudades de refugio destinadas al antiguo pueblo de Dios eran un símbolo del refugio proporcionado por Cristo. El mismo Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de perdón. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, “para que [...] tengamos un fortísimo consuelo, los que hemos acudido para asirnos de la esperanza delante de nosotros”. Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18.
El que huía a la ciudad de refugio no podía demorarse. Abandonaba su familia y su ocupación. No tenía tiempo para despedirse de los seres amados. Su vida estaba en juego y debía sacrificar todos los intereses para lograr un solo fin: llegar al lugar seguro. Olvidaba su cansancio; y no le importaban las dificultades. No osaba aminorar el paso un solo momento hasta hallarse dentro de las murallas de la ciudad.
El pecador está expuesto a la muerte eterna hasta que encuentre un escondite en Cristo; y así como la demora y la negligencia podían privar al fugitivo de su única oportunidad de vivir, también pueden las tardanzas y la indiferencia resultar en ruina del alma. Satanás, el gran adversario, sigue los pasos de todo transgresor de la santa ley de Dios, y el que no se percata del peligro en que se halla y no busca fervorosamente abrigo en el refugio eterno, será víctima del destructor.
El prisionero que en cualquier momento salía de la ciudad de refugio era abandonado a la voluntad del vengador de la sangre. En esa forma se le enseñaba al pueblo a seguir celosamente los métodos que la sabiduría infinita había designado para su seguridad. Asimismo no basta que el pecador crea en Cristo para el perdón de sus pecados; debe, mediante la fe y la obediencia, permanecer en él. “Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Hebreos 10:26, 27.
Dos de las tribus de Israel, Gad y Rubén, con la mitad de la tribu de Manasés, habían recibido su heredad antes de cruzar el Jordán. Para un pueblo de pastores, las anchas llanuras de las tierras altas y valiosos bosques de Galaad y de Basán, que ofrecían extensos campos de pastoreo para sus rebaños y manadas, tenían atractivos que no podían encontrarse en la propia Canaán; y las dos tribus y media, deseando establecerse en esa región, se habían comprometido a proporcionar su cuota de soldados armados para que acompañaran a sus hermanos al otro lado del Jordán y participaran en todas sus batallas hasta que todos entraran en posesión de sus respectivas heredades. Esta obligación se había cumplido fielmente. Cuando las diez tribus entraron en Canaán, cuarenta mil de “los hijos de Rubén y los hijos de Gad, y la media tribu de Manasés, [...] armados, listos para la guerra, pasaron hacia la llanura de Jericó delante de Jehová”. Josué 4:12, 13. Durante años habían luchado valientemente al lado de sus hermanos. Ahora había llegado el momento en que debían entrar en la tierra de su posesión. Mientras acompañaban a sus hermanos en los conflictos, también habían compartido los despojos; y regresaron “con grandes riquezas, y con grande copia de ganado, con plata, y con oro, y metal, y muchos vestidos” (véase Josué 22), todo lo cual debían compartir con los que se habían quedado al cuidado de las familias y los rebaños.
Iban a morar ahora a cierta distancia del santuario del Señor, y Josué presenció su partida con corazón acongojado, pues sabía cuán fuertemente tentados se verían, en su vida aislada y nómada, a adoptar las costumbres de las tribus paganas que moraban en sus fronteras.
Mientras el ánimo de Josué y de otros jefes estaba aun deprimido por presentimientos angustiosos, les llegaron noticias extrañas. Al lado del Jordán, cerca del sitio donde Israel cruzó milagrosamente el río, las dos tribus y media habían construído un gran altar, parecido al altar de los holocaustos que se había erigido en Silo. La ley de Dios prohibía, so pena de muerte, el establecimiento de otro culto que el del santuario. Si este era el objeto de ese altar, y se le permitía subsistir, apartaría al pueblo de la verdadera fe.
Los representantes del pueblo se reunieron en Silo, y en el acaloramiento de su excitación e indignación, propusieron declarar la guerra en seguida a los transgresores. Sin embargo, gracias a la influencia de los más cautos, se decidió mandar primeramente una delegación para que obtuviera de las dos tribus y media una explicación de su comportamiento. Se escogieron diez príncipes, uno de cada tribu. Encabezaba esta delegación Finees, que se había distinguido por su celo en el asunto de Peor.
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