Domingo 26 de Octubre de 2025.
- Amado V FV
- 26 oct
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Josue 6 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
La toma de Jericó
6 Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía. 2 Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. 3 Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días. 4 Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas. 5 Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante. 6 Llamando, pues, Josué hijo de Nun a los sacerdotes, les dijo: Llevad el arca del pacto, y siete sacerdotes lleven bocinas de cuerno de carnero delante del arca de Jehová. 7 Y dijo al pueblo: Pasad, y rodead la ciudad; y los que están armados pasarán delante del arca de Jehová.
8 Y así que Josué hubo hablado al pueblo, los siete sacerdotes, llevando las siete bocinas de cuerno de carnero, pasaron delante del arca de Jehová, y tocaron las bocinas; y el arca del pacto de Jehová los seguía. 9 Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes que tocaban las bocinas, y la retaguardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente. 10 Y Josué mandó al pueblo, diciendo: Vosotros no gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis. 11 Así que él hizo que el arca de Jehová diera una vuelta alrededor de la ciudad, y volvieron luego al campamento, y allí pasaron la noche.
12 Y Josué se levantó de mañana, y los sacerdotes tomaron el arca de Jehová. 13 Y los siete sacerdotes, llevando las siete bocinas de cuerno de carnero, fueron delante del arca de Jehová, andando siempre y tocando las bocinas; y los hombres armados iban delante de ellos, y la retaguardia iba tras el arca de Jehová, mientras las bocinas tocaban continuamente. 14 Así dieron otra vuelta a la ciudad el segundo día, y volvieron al campamento; y de esta manera hicieron durante seis días.
15 Al séptimo día se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente este día dieron vuelta alrededor de ella siete veces. 16 Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad. 17 Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos. 18 Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis. 19 Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová. 20 Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron. 21 Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos.
22 Mas Josué dijo a los dos hombres que habían reconocido la tierra: Entrad en casa de la mujer ramera, y haced salir de allí a la mujer y a todo lo que fuere suyo, como lo jurasteis. 23 Y los espías entraron y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que era suyo; y también sacaron a toda su parentela, y los pusieron fuera del campamento de Israel. 24 Y consumieron con fuego la ciudad, y todo lo que en ella había; solamente pusieron en el tesoro de la casa de Jehová la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro. 25 Mas Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó.
26 En aquel tiempo hizo Josué un juramento, diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas.
27 Estaba, pues, Jehová con Josué, y su nombre se divulgó por toda la tierra.
Comentario del Capitulo

Capítulo 34-35 La rebelión de Coré
No había culpabilidad de pecado en Moisés. Por tanto, no temió ni se apresuró a irse para dejar que la congregación pereciera. Moisés se demoró y con ello manifestó en esta temible crisis el verdadero interés del pastor por el rebaño confiado a su cuidado. Rogó para que la ira de Dios no destruyera totalmente al pueblo escogido. Su intercesión impidió que el brazo de la venganza acabara completamente con el desobediente y rebelde pueblo de Israel.
Pero el ángel de la ira había salido; la plaga estaba haciendo su obra de exterminio. Atendiendo a la orden de su hermano, Aarón tomó un incensario, y con él se dirigió apresuradamente al medio de la congregación, “e hizo expiación por el pueblo”. “Y se puso entre los muertos y los vivos”. Mientras subía el humo de incienso, también se elevaban a Dios las oraciones de Moisés en el tabernáculo, y la plaga se detuvo; pero después de que catorce mil israelitas murieron, como evidencia de la culpabilidad que entraña la murmuración y la rebelión.
Pero se dio otra prueba de que el sacerdocio se había instituido en la familia de Aarón. Por orden divina cada tribu preparó una vara, y escribió su nombre en ella. El nombre de Aarón estaba en la de Leví. Las varas fueron colocadas en el tabernáculo, “delante del Testimonio”. Véase Números 17. El florecimiento de cualquier vara indicaría que Dios había escogido a esa tribu para el sacerdocio. A la mañana siguiente “aconteció que [...] fue Moisés al tabernáculo del Testimonio; y vio que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras”. Fue mostrada al pueblo y colocada después en el tabernáculo como testimonio para las generaciones venideras. El milagro decidió definitivamente el tema del sacerdocio.
Quedó plenamente probado que Moisés y Aarón habían hablado por autoridad divina; y el pueblo se vio obligado a creer la desagradable verdad de que había de morir en el desierto. “He aquí nosotros somos muertos -dijeron-, perdidos somos, todos nosotros somos perdidos”. Confesaron que habían pecado al rebelarse contra sus jefes, y que Coré y sus asociados habían recibido un castigo justo de Dios.
En la rebelión de Coré se ve en pequeña escala el desarrollo del espíritu que llevó a Satanás a rebelarse en el cielo. El orgullo y la ambición indujeron a Lucifer a quejarse contra el gobierno de Dios, y a procurar derrocar el orden que había sido establecido en el cielo. Desde su caída se ha propuesto inculcar el mismo espíritu de envidia y descontento, la misma ambición de cargos y honores en las mentes humanas. Así obró en el ánimo de Coré, Datán y Abiram, para hacerles desear ser enaltecidos, y para incitar en ellos envidia, desconfianza y rebelión. Satanás los hizo rechazar a Dios como su jefe, al inducirlos a desechar a los hombres escogidos por el Señor. No obstante, mientras que, murmurando contra Moisés y Aarón, blasfemaban contra Dios, se hallaban tan seducidos que se creían justos, y consideraban a los que habían reprendido fielmente su pecado como inspirados por Satanás.
¿No subsisten aún los mismos males que ocasionaron la ruina de Coré? Abundan el orgullo y la ambición y cuando se abrigan estas tendencias, abren la puerta a la envidia y la lucha por la supremacía; el alma se aparta de Dios, e inconscientemente es arrastrada a las filas de Satanás. Como Coré y sus compañeros, hoy muchos son, aun entre quienes profesan ser seguidores de Cristo, los que piensan, hacen planes y trabajan tan anhelosamente por su propia exaltación, que para ganar la simpatía y el apoyo del pueblo, están dispuestos a tergiversar la verdad, a calumniar y hablar mal de los siervos del Señor, aun a atribuirles los motivos bajos y ambiciosos que animan su propio corazón. A fuerza de reiterar la mentira, y eso contra toda evidencia, llegan finalmente a creer que es la verdad. Mientras procuran destruir la confianza del pueblo en los hombres designados por Dios, creen estar realmente ocupados en una buena obra y prestando servicio a Dios.
Los hebreos no querían someterse a la dirección y a las restricciones del Señor. Estas los dejaban inquietos, y no querían recibir reprensiones. Tal era el secreto de las murmuraciones de ellos contra Moisés. Si se les hubiera dejado hacer su voluntad, habría habido menos quejas contra su jefe. A través de toda la historia de la iglesia, los siervos de Dios han tenido que arrostrar el mismo espíritu.
Al ceder al pecado, los hombres dan a Satanás acceso a sus mentes, y avanzan de una etapa de la maldad a otra. Al rechazar la luz, la mente se oscurece y el corazón se endurece de tal manera que les resulta más fácil dar el siguiente paso en el pecado y rechazar una luz aun más clara, hasta que por fin sus hábitos de hacer el mal se hacen permanentes. El pecado pierde para ellos su carácter inicuo. El que predica fielmente la Palabra de Dios y así condena a los pecados de ellos, es con demasiada frecuencia el objeto directo de su odio. Como no quieren soportar el dolor y el sacrificio necesarios para reformarse, se vuelven contra los siervos del Señor, y denuncian sus reprensiones como intempestivas y severas. Como Coré, declaran que el pueblo no tiene culpa; quien lo reprende es causa de toda la dificultad. Y aplacando su conciencia con este engaño, los celosos y desconformes se combinan para sembrar la discordia en la iglesia y debilitar las manos de los que quieren engrandecerla.
Todo progreso alcanzado por aquellos a quienes Dios llamó a dirigir su obra, despertó sospechas; cada una de sus acciones fue falseada por críticos celosos. Así ocurrió en tiempo de Lutero, Wesley y otros reformadores, y así sucede hoy.
Coré no hubiera tomado el camino que siguió si hubiera sabido que todas las instrucciones y reprensiones comunicadas a Israel venían de Dios. Pero podría haberlo sabido. Dios había dado evidencias abrumadoras de que dirigía a Israel. Pero Coré y sus compañeros rechazaron la luz hasta quedar tan ciegos que las manifestaciones más maravillosas de su poder no bastaban ya para convencerlos. Las atribuían todas a instrumentos humanos o satánicos. Lo mismo hicieron los que, al día siguiente después de la destrucción de Coré y sus asociados, fueron a Moisés y Aarón y les dijeron: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová”. A pesar de que en la destrucción de los hombres que los sedujeron, habían recibido las indicaciones más convincentes de cuánto desagradaba a Dios el camino que llevaban, se atrevieron a atribuir sus juicios a Satanás, declarando que por el poder de este Moisés y Aarón habían hecho morir hombres buenos y santos.
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