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Jueves 11 de Diciembre 2025

  • daniela0780
  • hace 2 días
  • 7 Min. de lectura

1 Samuel 3 (RVR1960) Patriarcas y Profetas



Jehová llama a Samuel

1 El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia.


2 Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, 3 Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, 4 Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. 5 Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. 6 Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate. 7 Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. 8 Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. 9 Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar.


10 Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye. 11 Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. 12 Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. 13 Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. 14 Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas.


15 Y Samuel estuvo acostado hasta la mañana, y abrió las puertas de la casa de Jehová. Y Samuel temía descubrir la visión a Elí. 16 Llamando, pues, Elí a Samuel, le dijo: Hijo mío, Samuel. Y él respondió: Heme aquí. 17 Y Elí dijo: ¿Qué es la palabra que te habló? Te ruego que no me la encubras; así te haga Dios y aun te añada, si me encubrieres palabra de todo lo que habló contigo. 18 Y Samuel se lo manifestó todo, sin encubrirle nada. Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que bien le pareciere.


19 Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. 20 Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. 21 Y Jehová volvió a aparecer en Silo; porque Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová.


Comentario del Capitulo



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Capítulo 47-48 La repartición de Canaán


La respuesta de ellos demostró el verdadero motivo de su queja: les hacía falta fe y valor para desalojar a los cananeos. “No nos bastará a nosotros este monte -dijeron- y todos los cananeos que habitan la tierra de la llanura, tienen carros de hierro”.


El poder del Dios de Israel había sido prometido a su pueblo, y si los efraimitas hubieran tenido el valor y la fe de Caleb, ningún enemigo habría podido oponérseles. Josué encaró firmemente el deseo manifiesto de ellos de evitar los trabajos y peligros. Les dijo: “Tú eres un gran pueblo y tienes un gran poder: no tendrás una sola parte, sino que aquel monte será tuyo, pues aunque es un bosque, tú lo desmontarás y lo poseerás hasta sus límites más lejanos; porque tú arrojarás al cananeo, aunque tenga carros de hierro y aunque sea fuerte”. Así sus propios argumentos fueron esgrimidos contra ellos. Siendo ellos un gran pueblo, como alegaban serlo, tenían plena capacidad para abrirse camino, como sus hermanos. Con la ayuda de Dios, no necesitaban temer los carros herrados.


Hasta entonces, Gilgal había sido cuartel general de la nación y asiento del tabernáculo. Pero ahora el tabernáculo debía ser trasladado al sitio escogido como su lugar permanente: la pequeña ciudad de Silo, en tierra adjudicada a Efraín. Estaba situada cerca del centro del país, y era fácilmente accesible para todas las tribus. Esa parte del país había sido subyugada completamente, y por lo tanto los adoradores no serían molestados. “Toda la congregación de los hijos de Israel se reunió en Silo, donde erigieron el Tabernáculo de reunión”. Josué 18:1-10. Las tribus que aun estaban acampadas cuando se trasladó el tabernáculo de Gilgal a Silo, lo siguieron y acamparon cerca de esa ciudad hasta que se dispersaron para ocupar sus respectivas heredades.


El arca permaneció en Silo durante trescientos años, hasta que, a causa de los pecados de la casa de Elí, cayó en manos de los filisteos y Silo fue destruida totalmente. Ya no volvió a colocarse el arca en el tabernáculo en ese lugar, pues el servicio del santuario se trasladó por último al templo de Jerusalén, y Silo se convirtió en una localidad insignificante. Solo quedan algunas ruinas para señalar el sitio que ocupó. Mucho después, la suerte que corrió aquel pueblo sirvió para amonestar a Jerusalén. “Id ahora a mi lugar en Silo, donde hice habitar mi nombre al principio -declaró el Señor por medio del profeta Jeremías-, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel [...], haré también a esta Casa, sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y a este lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo”. Jeremías 7:12-14.


“Y después que acabaron de repartir la tierra”, y cuando ya todas las tribus habían recibido la heredad que les tocara, Josué presentó su derecho. A él, como a Caleb, se le había prometido una herencia especial; no pidió, sin embargo, una provincia grande, sino una sola ciudad. “Le dieron la ciudad que él pidió; [...] y él reedificó la ciudad, y habitó en ella”. Josué 19:49, 50. El nombre que se le puso a la ciudad fue Timnat-sera, “la parte que sobra”, y atestiguó para siempre el carácter noble y espíritu desinteresado del vencedor que, en vez de ser el primero en apropiarse del botín de la victoria, postergó su derecho hasta que los más humildes de su pueblo habían recibido su parte.


Seis de las ciudades dadas a los levitas, tres a cada lado del Jordán, fueron designadas como ciudades de refugio, a las cuales pudieran huír los homicidas en busca de seguridad. La designación de estas ciudades había sido ordenada por Moisés, para que en ellas se refugiara “el homicida que hiera a alguien de muerte, sin intención. Esas ciudades serán para refugiarse del vengador -dijo-, y así no morirá el homicida antes de haber comparecido a juicio delante de la congregación”. Números 35:11, 12. Lo que hacía necesaria esta medida misericordiosa era la antigua costumbre de vengarse particularmente, que encomendaba el castigo del homicida al pariente o heredero más cercano al muerto. En los casos en que la culpabilidad era clara y evidente, no era necesario esperar que los magistrados juzgaran al homicida. El vengador podía buscarlo y perseguirlo dondequiera que lo encontrara. El Señor no tuvo a bien abolir esa costumbre en aquel entonces; pero tomó medidas para afianzar la seguridad de los que sin intención quitaran la vida a alguien.


Las ciudades de refugio estaban distribuidas de tal manera que había una a medio día de viaje de cualquier parte del país. Los caminos que conducían a ellas debían conservarse en buen estado; y a lo largo de ellos se tenían que colocar letreros que llevaran en caracteres claros y distintos la inscripción “Refugio” o “Acogimiento” para que el fugitivo no perdiera un solo momento. Cualquiera, ya fuera hebreo, extranjero o peregrino, podía valerse de esta medida. Pero si bien no se debía matar precipitadamente al que no fuera culpable, el que lo fuera no había de escapar al castigo. El caso del fugitivo debía ser examinado con toda equidad por las autoridades competentes, y solo cuando se comprobaba que era inocente de toda intención homicida podía quedar bajo la protección de las ciudades de asilo. Los culpables eran entregados a los vengadores. Los que tenían derecho a gozar protección podían tenerla tan solo mientras permanecieran dentro del asilo designado. El que saliera de los límites prescritos y fuera encontrado por el vengador de la sangre, pagaba con su vida la pena que entrañaba el despreciar las medidas del Señor. Pero a la muerte del sumo sacerdote, todos los que habían buscado asilo en las ciudades de refugio quedaban en libertad para volver a sus respectivas propiedades.


En un juicio por homicidio, no se podía condenar al acusado por la declaración de un solo testigo, aunque hubiera graves pruebas circunstanciales contra él. La orden del Señor fue: “Cualquiera que dé muerte a alguien, según la declaración de los testigos morirá el homicida pero un solo testigo no bastará para condenar a una persona a muerte”. Números 35:30. Fue Cristo quien le dio a Moisés estas instrucciones para Israel; y mientras estaba personalmente con sus discípulos en la tierra, al enseñarles como debían tratar a los pecadores, el gran Maestro repitió la lección de que el testimonio de un solo hombre no basta para condenar ni absolver. Las cuestiones en disputa no han de decidirse por las opiniones de un solo hombre. En todos estos asuntos, dos o más han de reunirse y llevar juntos la responsabilidad, “para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra”. Mateo 18:16.


Si el enjuiciado por homicida era reconocido culpable, ninguna expiación ni rescate podía salvarle. “El que derramare sangre del hombre, por otro hombre su sangre será derramada”. “No aceptaréis rescate por la vida del homicida, porque está condenado a muerte: indefectiblemente morirá”, “de mi altar lo apartarás para que muera”, estas fueron las instrucciones de Dios juntamente con las siguientes: “La tierra no puede ser purificada de la sangre derramada en ella si no es por la sangre del que la derramó”. Génesis 9:6; Números 35:31-33; Éxodo 21:14. La seguridad y la pureza de la nación exigía que el pecado de homicidio fuera castigado severamente. La vida humana, que sólo Dios podía dar, debía considerarse sagrada.










Te invitamos a continuar con la lectura del día de mañana.



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