Jueves 23 de Octubre de 2025.
- daniela0780
- 23 oct
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Josue 3 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
El paso del Jordán
1 Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo. 2 Y después de tres días, los oficiales recorrieron el campamento, 3 y mandaron al pueblo, diciendo: Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y los levitas sacerdotes que la llevan, vosotros saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella, 4 a fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir; por cuanto vosotros no habéis pasado antes de ahora por este camino. Pero entre vosotros y ella haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella. 5 Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros. 6 Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo.
7 Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo. 8 Tú, pues, mandarás a los sacerdotes que llevan el arca del pacto, diciendo: Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán, pararéis en el Jordán. 9 Y Josué dijo a los hijos de Israel: Acercaos, y escuchad las palabras de Jehová vuestro Dios. 10 Y añadió Josué: En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él echará de delante de vosotros al cananeo, al heteo, al heveo, al ferezeo, al gergeseo, al amorreo y al jebuseo. 11 He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán. 12 Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu. 13 Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, se asienten en las aguas del Jordán, las aguas del Jordán se dividirán; porque las aguas que vienen de arriba se detendrán en un montón.
14 Y aconteció cuando partió el pueblo de sus tiendas para pasar el Jordán, con los sacerdotes delante del pueblo llevando el arca del pacto, 15 cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), 16 las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó. 17 Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco.
Comentario del Capitulo

Capítulo 34-35 La rebelión de Coré
Coré reseñó la historia de su peregrinación por el desierto, donde se los había puesto en estrecheces, y muchos habían perecido a causa de su murmuración y de su desobediencia. Sus oyentes creyeron ver claramente que se habrían evitado sus dificultades si Moisés hubiera seguido una conducta distinta. Decidieron que todos sus desastres eran imputables a él, y que su exclusión de Canaán se debía por lo tanto a la mala administración y dirección de Moisés y Aarón; que si Coré fuera su adalid, y los animara, espaciándose en sus buenas acciones en lugar de reprender sus pecados, realizarían un viaje apacible y próspero; en vez de errar de acá para allá en el desierto, entrarían inmediatamente a la tierra prometida.
En esta obra de desafecto reinó entre los elementos discordantes de la congregación mayor unión y armonía que en cualquier momento anterior. El éxito de Coré con el pueblo aumentó su confianza, y confirmó su creencia de que si no se la reprimía, la usurpación de la autoridad por Moisés resultaría fatal para las libertades de Israel; también alegaba que Dios le había revelado el asunto, y lo había autorizado para cambiar el gobierno antes de que sea demasiado tarde. Pero muchos no estaban dispuestos a aceptar las acusaciones de Coré contra Moisés. Recordaban la paciencia y las labores abnegadas de este último y el recuerdo perturbaba su conciencia. Fue necesario, en consecuencia, atribuir a algún motivo egoísta el profundo interés de Moisés por Israel; y se reiteró la vieja imputación de que los había sacado a perecer en el desierto a fin de apoderarse de sus bienes.
Por algún tiempo esta obra se desarrolló secretamente. No obstante, tan pronto como el movimiento adquirió suficiente fuerza como para permitir una franca ruptura, Coré se presentó a la cabeza de la facción, y públicamente acusó a Moisés y Aarón de usurpar una autoridad que Coré y sus asociados tenían derecho a compartir. Alegó, además, que el pueblo había sido privado de su libertad y de su independencia. “¡Basta ya de vosotros! Toda la congregación, todos ellos son santos y en medio de ellos está Jehová. ¿Por qué, pues, os encumbráis vosotros sobre la congregación de Jehová?” Números 16:3.
Moisés no había sospechado la existencia de tan arraigada maquinación y cuando comprendió su terrible significado, cayó postrado sobre su rostro en muda y fervorosa súplica a Dios. Se levantó entristecido, pero sereno y fuerte. Había recibido instrucciones divinas. “Mañana mostrará Jehová quién le pertenece y quién es santo, y hará que se acerque a él. Al que él escoja, lo acercará a sí” véase Números 16. La prueba se postergó hasta el día siguiente, a fin de dar a todos tiempo para reflexionar. Entonces los que aspiraban al sacerdocio debían venir cada uno con un incensario y ofrecer incienso en el tabernáculo en presencia de la congregación. La ley decía explícitamente que solo los que habían sido ordenados para el oficio sagrado debían oficiar en el santuario. Y aun los sacerdotes, Nadab y Abiú, habían perecido por haber despreciado el mandamiento divino y ofrecido “fuego extraño”. No obstante, Moisés desafió a sus acusadores a que refirieran el asunto a Dios, se atrevían a hacer una declaración tan peligrosa.
Hablando directamente a Coré y a sus asociados levitas, Moisés dijo: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová y estéis delante de la congregación para ministrarles? Hizo que te acercaras, junto con todos tus hermanos, los hijos de Leví, ¿y ahora procuráis también el sacerdocio? Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová; porque ¿quién es Aarón para que contra él murmuréis?”
Datán y Abiram no habían asumido una actitud tan atrevida como la asumida por Coré; y Moisés, movido por la esperanza de que se hubieran dejado atraer por la conspiración sin haberse corrompido totalmente, los llamó a comparecer ante él, para oír las acusaciones que ellos tenían contra él. Pero no quisieron acudir, e insolentemente se negaron a reconocer su autoridad. Su respuesta, pronunciada a oídos de la congregación, fue: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te quieres enseñorear de nosotros imperiosamente? Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? ¡No subiremos!”
Así aplicaron al escenario de su esclavitud las mismas palabras con que el Señor había descrito la herencia prometida. Acusaron a Moisés de simular estar actuando bajo la dirección divina para afianzar su autoridad; y declararon que ya no se someterían a ser dirigidos como ciegos, primero hacia Canaán, y luego hacia el desierto, como mejor convenía a sus propósitos ambiciosos. Así se le atribuyó al que había sido como un padre tierno y paciente pastor, el negrísimo carácter de tirano y usurpador. Se le imputó la exclusión de Canaán, que el pueblo sufriera como castigo de sus propios pecados.
Era evidente que el pueblo se identificaba con el partido del desafecto; pero Moisés no hizo esfuerzo alguno para justificarse. En presencia de la congregación, apeló solemnemente a Dios como testigo de la pureza de sus motivos y la rectitud de su conducta, y le imploró que lo juzgara.
Al día siguiente, los doscientos cincuenta príncipes, encabezados por Coré, se presentaron con sus incensarios. Se los hizo entrar en el atrio del tabernáculo, mientras el pueblo se reunía afuera, para esperar el resultado. No fue Moisés quien reunió la congregación para presenciar la derrota de Coré y su compañía, sino que los rebeldes, en su presunción ciega, la convocaron para que todos fueran testigos de su victoria. Gran parte de la congregación se puso abiertamente de parte de Coré, cuyas esperanzas de realizar su propósito contra Aarón eran grandes.
Cuando estaban todos así reunidos delante de Dios, “la gloria de Jehová apareció a toda la congregación”. Moisés y Aarón recibieron esta divina advertencia: “Apartaos de esta congregación, y consumiré en un momento”. Pero ellos se postraron de hinojos y rogaron: “Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?”
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