top of page

Lunes 17 November de 2025.

  • daniela0780
  • hace 4 horas
  • 7 Min. de lectura

Jueces 4 (RVR1960) Patriarcas y Profetas



Débora y Barac derrotan a Sísara

1 Después de la muerte de Aod, los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová. 2 Y Jehová los vendió en mano de Jabín rey de Canaán, el cual reinó en Hazor; y el capitán de su ejército se llamaba Sísara, el cual habitaba en Haroset-goim. 3 Entonces los hijos de Israel clamaron a Jehová, porque aquel tenía novecientos carros herrados, y había oprimido con crueldad a los hijos de Israel por veinte años.


4 Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot; 5 y acostumbraba sentarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Bet-el, en el monte de Efraín; y los hijos de Israel subían a ella a juicio. 6 Y ella envió a llamar a Barac hijo de Abinoam, de Cedes de Neftalí, y le dijo: ¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón; 7 y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos? 8 Barac le respondió: Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré. 9 Ella dijo: Iré contigo; mas no será tuya la gloria de la jornada que emprendes, porque en mano de mujer venderá Jehová a Sísara. Y levantándose Débora, fue con Barac a Cedes. 10 Y juntó Barac a Zabulón y a Neftalí en Cedes, y subió con diez mil hombres a su mando; y Débora subió con él.


11 Y Heber ceneo, de los hijos de Hobab suegro de Moisés, se había apartado de los ceneos, y había plantado sus tiendas en el valle de Zaanaim, que está junto a Cedes.


12 Vinieron, pues, a Sísara las nuevas de que Barac hijo de Abinoam había subido al monte de Tabor. 13 Y reunió Sísara todos sus carros, novecientos carros herrados, con todo el pueblo que con él estaba, desde Haroset-goim hasta el arroyo de Cisón. 14 Entonces Débora dijo a Barac: Levántate, porque este es el día en que Jehová ha entregado a Sísara en tus manos. ¿No ha salido Jehová delante de ti? Y Barac descendió del monte de Tabor, y diez mil hombres en pos de él. 15 Y Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y a todo su ejército, a filo de espada delante de Barac; y Sísara descendió del carro, y huyó a pie. 16 Mas Barac siguió los carros y el ejército hasta Haroset-goim, y todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada, hasta no quedar ni uno.


17 Y Sísara huyó a pie a la tienda de Jael mujer de Heber ceneo; porque había paz entre Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo. 18 Y saliendo Jael a recibir a Sísara, le dijo: Ven, señor mío, ven a mí, no tengas temor. Y él vino a ella a la tienda, y ella le cubrió con una manta. 19 Y él le dijo: Te ruego me des de beber un poco de agua, pues tengo sed. Y ella abrió un odre de leche y le dio de beber, y le volvió a cubrir. 20 Y él le dijo: Estate a la puerta de la tienda; y si alguien viniere, y te preguntare, diciendo: ¿Hay aquí alguno? tú responderás que no. 21 Pero Jael mujer de Heber tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su mano, se le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y la enclavó en la tierra, pues él estaba cargado de sueño y cansado; y así murió. 22 Y siguiendo Barac a Sísara, Jael salió a recibirlo, y le dijo: Ven, y te mostraré al varón que tú buscas. Y él entró donde ella estaba, y he aquí Sísara yacía muerto con la estaca por la sien.


23 Así abatió Dios aquel día a Jabín, rey de Canaán, delante de los hijos de Israel. 24 Y la mano de los hijos de Israel fue endureciéndose más y más contra Jabín rey de Canaán, hasta que lo destruyeron.


Comentario del Capitulo



ree

Capítulo 41-42 La apostasía a orillas del Jordán


Por consejo de Balaam, el rey de Moab decidió celebrar una gran fiesta en honor de sus dioses, y secretamente se concertó que Balaam indujera a los israelitas a asistir. Ellos lo consideraban profeta de Dios, y no le fue difícil alcanzar su fin. Gran parte del pueblo se reunió con él para asistir a las festividades. Se aventuraron a pisar terreno prohibido y se enredaron en los lazos de Satanás. Hechizados por la música y el baile y seducidos por la hermosura de las vestales paganas, desecharon su lealtad a Jehová. Mientras participaban en la alegría y en los festines, el consumo de vino ofuscó sus sentidos y quebrantó los muros del dominio propio. Predominó la pasión en absoluto; y habiendo contaminado su conciencia por la lascivia, se dejaron persuadir a postrarse ante los ídolos. Ofrecieron sacrificios en los altares paganos y participaron en los ritos más degradantes.


No tardó el veneno en difundirse por todo el campamento de Israel, como una infección mortal. Los que habían vencido a sus enemigos en batalla fueron vencidos por los ardides de mujeres paganas. La gente parecía atontada. Los jefes y hombres principales fueron los primeros en violar la ley, y fueron tantos los culpables que la apostasía se hizo nacional. “Así acudió el pueblo a Baal-peor”. Véase Números 25. Cuando Moisés se dio cuenta del mal, la conspiración de sus enemigos había tenido tanto éxito que no solamente estaban los israelitas participando del culto licencioso en el monte Peor, sino que comenzaban a practicarse los ritos paganos en el mismo campamento de Israel. El viejo adalid se llenó de indignación y la ira de Dios se encendió.


Las prácticas inicuas hicieron para Israel lo que todos los encantamientos de Balaam no habían podido hacer: lo separaron de Dios. Debido a los castigos que los alcanzaron rápidamente, muchos reconocieron la enormidad de su pecado. Entró en el campamento una terrible plaga que provocó la muerte de miles de personas. Dios ordenó que quienes encabezaron esa apostasía sean ejecutados por los magistrados. La orden se cumplió de inmediato. Los ofensores fueron muertos, y luego se colgaron sus cuerpos a la vista del pueblo, para que la congregación, al percibir la severidad con que eran tratados sus cabecillas, entendiera cuánto aborrecía Dios su pecado y cuán terrible era su ira contra ellos.


Todos creyeron que el castigo era justo, y el pueblo se dirigió apresuradamente al tabernáculo, y con lágrimas y profunda humillación confesó su gran pecado. Mientras lloraba ante Dios a la puerta del tabernáculo y la plaga aun hacia su obra de exterminio, y los magistrados ejecutaban su terrible comisión, Zimri, uno de los nobles de Israel, vino audazmente al campamento, acompañado de una ramera madianita, princesa de una familia distinguida de Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó el vicio más osada o tercamente. Embriagado de vino, Zimri publicó “su pecado como Sodoma”, y se enorgulleció de algo que debió llenarlo de verguenza. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado en aflicción y humillación, llorando “entre la entrada y el altar” e implorando al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara su heredad al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de su pecado en presencia de la congregación, como si desafiara la venganza de Dios y se burlara de los jueces de la nación. Finees, hijo del sumo sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación, y asiendo una lanza, “entró tras el varón de Israel a la tienda”, y lo mató a él y a la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que ejecutó el juicio divino fue honrado ante Israel, y el sacerdocio le fue confirmado a él y a su casa para siempre.


“Finees [...] ha hecho apartar mi furor de los hijos de Israel”, fue el mensaje divino; “por tanto: Yo establezco mi pacto de paz con él. Será para él, y para su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel”. Números 25:11-13.


Los juicios que cayeron sobre Israel por su pecado en Sitim, destruyeron los sobrevivientes de aquella vasta compañía que mereciera casi cuarenta años antes la sentencia: “Han de morir en el desierto”. El censo que Dios mandó hacer mientras el pueblo acampaba en las planicies del Jordán, demostró que ninguno quedaba “de los registrados por Moisés y el sacerdote Aarón, quienes hicieron el censo de los hijos de Israel en el desierto de Sinaí. [...] Y no quedó ninguno de ellos, excepto Caleb hijo de Jefone y Josué hijo de Nun”. Números 26:64, 65.


Dios había mandado sus castigos sobre los israelitas porque ellos habían cedido a los halagos de los madianitas; pero los tentadores mismos no habían de escapar a la ira de la divina justicia. Los amalecitas, que habían atacado a Israel en Refidim, y caído súbitamente sobre los débiles y rezagados de la hueste, no fueron castigados sino mucho tiempo después; mientras que los madianitas, que lo indujeron a pecar, sintieron de inmediato los juicios de Dios, porque eran los enemigos más peligrosos. “Ejecuta la venganza de los hijos de Israel sobre los madianitas -fué la orden que se le dio a Moisés-; después irás a reunirte con tu pueblos”. Véase Números 31. Esta orden fue obedecida al instante. Se escogieron mil hombres de cada una de las tribus, y se los mandó bajo la dirección de Finees. “Pelearon contra Madián como Jehová lo mandó a Moisés, [...] mataron también a los reyes de Madián, [...] cinco reyes de Madián. También mataron a espada a Balaam hijo de Beor”. Las mujeres que fueron capturadas por el ejército atacante, fueron muertas según la orden de Moisés, como las más culpables y como el enemigo más peligroso de Israel.


Este el fin de quienes habían proyectado el daño del pueblo de Dios. El salmista dice: “Se hundieron las naciones en el hoyo que hicieron; en la red que escondieron fue atrapado su pie”. “No abandonará Jehová a su pueblo ni desamparará su heredad, sino que el juicio será vuelto a la justicia”. Cuando “Se juntan contra la vida del justo”, el Señor “hará volver sobre ellos su maldad y los destruirá en su propia malicia”. Salmos 9:15; 94:14, 15, 21, 23.








Te invitamos a continuar con la lectura del día de mañana.



ree


ree


bottom of page