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Lunes 27 de Octubre de 2025.

  • daniela0780
  • 27 oct
  • 7 Min. de lectura

Josue 7 (RVR1960) Patriarcas y Profetas



El pecado de Acán

1 Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel.


2 Después Josué envió hombres desde Jericó a Hai, que estaba junto a Bet-avén hacia el oriente de Bet-el; y les habló diciendo: Subid y reconoced la tierra. Y ellos subieron y reconocieron a Hai. 3 Y volviendo a Josué, le dijeron: No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos. 4 Y subieron allá del pueblo como tres mil hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. 5 Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua.


6 Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. 7 Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! 8 ¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? 9 Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?


10 Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? 11 Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. 12 Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. 13 Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros. 14 Os acercaréis, pues, mañana por vuestras tribus; y la tribu que Jehová tomare, se acercará por sus familias; y la familia que Jehová tomare, se acercará por sus casas; y la casa que Jehová tomare, se acercará por los varones; 15 y el que fuere sorprendido en el anatema, será quemado, él y todo lo que tiene, por cuanto ha quebrantado el pacto de Jehová, y ha cometido maldad en Israel.


16 Josué, pues, levantándose de mañana, hizo acercar a Israel por sus tribus; y fue tomada la tribu de Judá. 17 Y haciendo acercar a la tribu de Judá, fue tomada la familia de los de Zera; y haciendo luego acercar a la familia de los de Zera por los varones, fue tomado Zabdi. 18 Hizo acercar su casa por los varones, y fue tomado Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá. 19 Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras. 20 Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. 21 Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello.


22 Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello. 23 Y tomándolo de en medio de la tienda, lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel, y lo pusieron delante de Jehová. 24 Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán hijo de Zera, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor. 25 Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos. 26 Y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que permanece hasta hoy. Y Jehová se volvió del ardor de su ira. Y por esto aquel lugar se llama el Valle de Acor, hasta hoy.



Comentario del Capitulo



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Capítulo 36-37 En el desierto


En cierta ocasión el hijo de una israelita y un egipcio, uno de los miembros del populacho mixto que había salido de Egipto con Israel, abandonó la parte del campamento que le fue asignada, y entró en la de los israelitas y aseveró tener derecho a levantar su tienda allí. La ley divina se lo prohibía, pues los descendientes de un egipcio estaban excluidos de la congregación hasta la tercera generación. Se entabló una disputa entre él y un israelita, y habiéndose presentado el asunto a los jueces, el fallo fue adverso al transgresor.


Enfurecido por esta decisión maldijo al juez, y en el ardor de su ira blasfemó contra el nombre de Dios. Inmediatamente se le llevó ante Moisés. Se había dado el mandamiento: “Igualmente el que maldiga a su padre o a su madre, morirá”, pero no se había dictado medida aplicable a este caso. Era tan terrible este delito que era necesaria la dirección especial de Dios para decidir lo procedente. Se puso al hombre bajo custodia mientras se averiguaba cuál era la voluntad del Señor. Dios mismo pronunció la sentencia; y por orden divina se condujo al blasfemador fuera del campamento, y allí se le dio muerte por apedreamiento. Los que habían presenciado el pecado colocaron las manos sobre la cabeza de él, atestiguando así solemnemente la veracidad del cargo que se le hacía. Luego le tiraron las primeras piedras, y el pueblo que estaba cerca participó después en la ejecución de la sentencia.


A esto siguió la promulgación de una nueva ley que había de aplicarse a ofensas semejantes: “Y a los hijos de Israel hablarás así: Cualquiera que maldiga a su Dios cargará con su pecado. El que blasfeme contra el nombre de Jehová ha de ser muerto; toda la congregación lo apedreará. Tanto el extranjero como el natural, si blasfema contra el Nombre, que muera”. Levítico 24:15, 16.


Hay quienes expresan dudas acerca del amor y la justicia de Dios al aplicar un castigo tan severo por un delito consistente en palabras habladas en un momento de ira. Pero tanto el amor como la justicia exigen que se demuestre que las palabras pronunciadas con malicia contra Dios constituyen un gran pecado. El castigo que se le impuso al primer ofensor había de advertir a los demás que el nombre de Dios debe reverenciarse. Pero si el pecado de este hombre hubiera quedado impune, otros se habrían desmoralizado; y como resultado de esto habría sido necesario sacrificar muchas vidas.


La “multitud mixta” que acompañaba a los israelitas desde Egipto daba continuamente origen a dificultades y tentaciones. Los que la componían decían haber renunciado a la idolatría y profesaban adorar al Dios verdadero; pero su educación y disciplina anteriores habían moldeado sus hábitos y sus caracteres, de modo que en mayor o menor medida estaban corrompidos por la idolatría y la irreverencia hacia Dios. Ellos eran los que más a menudo suscitaban contiendas; eran los primeros en quejarse, y corrompían el campamento con sus prácticas idólatras y sus murmuraciones contra Dios. Poco después del regreso al desierto, ocurrió un ejemplo de violación del sábado, en circunstancias que dieron especial culpabilidad al caso. Al anunciar el Señor que desheredaría a Israel, se despertó un espíritu de rebelión. Un hombre del pueblo, airado por haber sido excluido de Canaán, decidió desafiar abiertamente la ley de Dios, y se atrevió a violar públicamente el cuarto mandamiento, saliendo a recoger leña en sábado. Se había prohibido terminantemente encender fuego el séptimo día durante la permanencia en el desierto. La prohibición no había de extenderse a la tierra de Canaán, donde la severidad del clima haría a menudo necesario que se encendiera fuego; pero este no se necesitaba en el desierto para calentarse. El acto llevado a cabo por este hombre era una violación voluntaria y deliberada del cuarto mandamiento. Era un pecado, no de negligencia, sino de presunción.


Se le sorprendió mientras lo cometía, y se le llevó ante Moisés. Ya se había declarado que la violación del sábado sería castigada de muerte; pero aun no se había revelado cómo debía ejecutarse la pena. Moisés presentó el caso al Señor, y se le dio la orden: “Irremisiblemente ese hombre debe morir; apedréelo toda la congregación fuera del campamento”. Números 15:35. Los pecados de blasfemia y violación voluntaria del sábado recibieron el mismo castigo, pues eran ambos una expresión de menosprecio por la autoridad de Dios.


En nuestros días, muchos rechazan el sábado de la creación como si fuera una institución judaica, y alegan que si se lo ha de guardar debe aplicarse la pena capital por su violación; pero vemos que la blasfemia recibió el mismo castigo que la violación del sábado. ¿Hemos de concluir, por lo tanto, que el tercer mandamiento también se ha de poner a un lado como algo que se aplica solamente a los judíos? Sin embargo, el argumento que se basa en la pena de muerte es tan aplicable al tercer mandamiento, al quinto, o a casi todos los Diez Mandamientos, como al cuarto. Aunque Dios no castigue la transgresión de su ley con penas temporales, su Palabra declara que la paga del pecado es la muerte; y en la ejecución final del juicio se descubrirá que la muerte es el destino de los transgresores de su santa ley.







Te invitamos a continuar con la lectura del día de mañana.



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