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Martes 21 de Octubre de 2025.

  • daniela0780
  • 21 oct
  • 6 Min. de lectura

Josue 1 (RVR1960) Patriarcas y Profetas



Preparativos para la conquista

1 Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: 2 Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. 3 Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. 4 Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. 5 Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. 6 Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. 7 Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. 8 Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. 9 Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.


10 Y Josué mandó a los oficiales del pueblo, diciendo: 11 Pasad por en medio del campamento y mandad al pueblo, diciendo: Preparaos comida, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán para entrar a poseer la tierra que Jehová vuestro Dios os da en posesión.


12 También habló Josué a los rubenitas y gaditas y a la media tribu de Manasés, diciendo: 13 Acordaos de la palabra que Moisés, siervo de Jehová, os mandó diciendo: Jehová vuestro Dios os ha dado reposo, y os ha dado esta tierra. 14 Vuestras mujeres, vuestros niños y vuestros ganados quedarán en la tierra que Moisés os ha dado a este lado del Jordán; mas vosotros, todos los valientes y fuertes, pasaréis armados delante de vuestros hermanos, y les ayudaréis, 15 hasta tanto que Jehová haya dado reposo a vuestros hermanos como a vosotros, y que ellos también posean la tierra que Jehová vuestro Dios les da; y después volveréis vosotros a la tierra de vuestra herencia, la cual Moisés siervo de Jehová os ha dado, a este lado del Jordán hacia donde nace el sol; y entraréis en posesión de ella. 16 Entonces respondieron a Josué, diciendo: Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adondequiera que nos mandes. 17 De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés. 18 Cualquiera que fuere rebelde a tu mandamiento, y no obedeciere a tus palabras en todas las cosas que le mandes, que muera; solamente que te esfuerces y seas valiente.


Comentario del Capitulo



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Capítulo 34-35 Los doce espías


Dios les había dado el privilegio y el, deber de entrar en la tierra en el tiempo que les indicaría; pero debido a su negligencia voluntaria, se les había retirado ese permiso. Satanás había logrado su objeto de impedirles la entrada a Canaán; y ahora los incitaba a que, contrariando la prohibición divina, hicieran precisamente aquello que habían rehusado hacer cuando Dios se lo había mandado. De esa forma, el gran engañador logró la victoria al incitarlos por segunda vez a la rebelión. Habían desconfiado de que el poder de Dios acompañara sus esfuerzos por obtener la posesión de Canaán; pero ahora confiaron excesivamente en sus propias fuerzas y quisieron realizar la obra sin la ayuda divina. “Hemos pecado contra Jehová -gritaron-. Nosotros subiremos y pelearemos, conforme a todo lo que Jehová, nuestro Dios, nos ha mandado”. Deuteronomio 1:41. ¡Cuán terriblemente enceguecidos los había dejado su transgresión! Jamás les había mandado el Señor aque subieran y pelearan. No quería él que obtuvieran posesión de la tierra por la guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus mandamientos.


Aunque sin sufrir el menor cambio de corazón, el pueblo había confesado cuán inicua y estúpida había sido su rebelión al oír el relato de los espías. Ahora veían el valor de la bendición que tan impetuosamente habían desechado. Confesaron que su propia incredulidad era la que les había vedado la entrada a Canaán. “Hemos pecado contra Jehová”, dijeron, y reconocieron que la culpa era de ellos, y no de Dios, a quien tan inicuamente habían acusado de no cumplir las promesas que les hiciera. A pesar de que su confesión no provenía de un arrepentimiento verdadero, sirvió para vindicar la justicia con que Dios los había tratado.


Aun hoy el Señor obra en forma similar para glorificar su nombre e inducir a los hombres a reconocer su justicia. Cuando los que profesan amarlo se quejan de su providencia, menosprecian sus promesas, y, cediendo a la tentación, se unen a los ángeles malos para hacer fracasar los propósitos de Dios, con frecuencia el Señor predomina sobre las circunstancias de tal manera que trae a estas personas al punto donde, aunque no se hayan arrepentido de corazón, se convencerán de que son pecadoras y se verán obligadas a reconocer la maldad de su camino, y la justicia y la bondad con que las trató Dios. De esta forma Dios crea los medios para contrarrestar y hacer manifiestas las obras de las tinieblas. Y a pesar de que el espíritu que incitó a aquellas personas a seguir su impía conducta no ha cambiado radicalmente, ellas hacen confesiones que vindican el honor de Dios, y justifican a aquellos que las reprendieron fielmente y a quienes resistieron y calumniaron. Así será cuando por fin se derrame la ira de Dios, cuando el Señor venga “vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente”. Judas 14, 15. Todo pecador se verá compelido a ver y reconocer la justicia de su condenación.


Despreciando la sentencia divina, los israelitas se prepararon para emprender la conquista de Canaán. Equipados con armaduras y armas de guerra, se creían plenamente apercibidos para el conflicto; pero a la vista de Dios y de sus siervos entristecidos, adolecían de una triste deficiencia. Cuando casi cuarenta años más tarde, el Señor les ordenó a los israelitas que subieran y tomaran Jericó, prometió acompañarlos. El arca que contenía su ley era llevada delante de sus ejércitos. Los jefes que él designó orientaron sus movimientos bajo la dirección divina. Con tal dirección ningún daño podía sucederles, pero ahora, contrariando el mandamiento de Dios y la solemne prohibición de sus jefes, sin el arca y sin Moisés, salieron al encuentro de los ejércitos enemigos.


La trompeta dio un toque de alarma, y Moisés se apresuró en pos de ellos con la advertencia: “¿Por qué quebrantáis el mandamiento de Jehová? Esto tampoco os saldrá bien. No subáis, pues Jehová no está en medio de vosotros: no seáis heridos delante de vuestros enemigos. Porque el amalecita y el cananeo están allí delante de vosotros, y caeréis bajo su espada”.


Los cananeos habían oído hablar del poder misterioso que protegía a ese pueblo, y de las maravillas realizadas en su favor; y reunieron un ejército poderoso para rechazar a los invasores. El ejército atacante no tenía jefe. Ninguna oración se elevó para pedir a Dios que le diera la victoria. Emprendió la marcha con el propósito desesperado de revocar su suerte o morir en la batalla. Aunque no tenía preparación guerrera alguna, constituía una multitud inmensa de hombres armados, que esperaban aplastar toda oposición mediante un feroz y repentino asalto. Presuntuosamente desafiaron al enemigo que no había osado atacarlos.


Los cananeos se habían establecido en una meseta rocallosa a la cual solo se podía llegar por pasos difíciles de transitar y un ascenso escarpado y peligroso. El número inmenso de los hebreos solo podía servir para hacer más terrible su derrota. Lentamente fueron cubriendo los senderos del monte, expuestos a las mortíferas armas arrojadizas del enemigo que estaba arriba. Lanzaban rocas macizas que bajaban con retumbante fragor y marcando su trayectoria con la sangre de los hombres destrozados. Los que lograron llegar a la cumbre, agotados con el ascenso, fueron ferozmente rechazados y obligados a retroceder con grandes pérdidas. Por el campo de la matanza quedaron esparcidos los cadáveres. El ejército de Israel fue derrotado totalmente. La destrucción y la muerte fueron las consecuencias de aquel experimento de los rebeldes.


Obligados por fin a retirarse en derrota, los sobrevivientes volvieron y lloraron “delante de Jehová; pero Jehová no escuchó” su voz. Deuteronomio 1:45. En virtud de su gran victoria, los enemigos de Israel, que antes habían aguardado con temblor la aproximación de aquella poderosa hueste, se envalentonaron con confianza para resistirlos. Ahora consideraron falsos todos los informes que habían oído respecto a las cosas maravillosas que Dios había hecho en favor de su pueblo, y creyeron que no había motivo para temer. Esa primera derrota de Israel aumentó grandemente las dificultades de la conquista, por cuanto inspiró valor y resolución a los cananeos. No les quedaba a los israelitas otro recurso que retirarse de delante de sus enemigos victoriosos, al desierto, sabiendo que allí había de hallar su tumba toda una generación.








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