Sábado 1 de Noviembre de 2025.
- daniela0780
- 1 nov
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Josue 12 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
Reyes derrotados por Moisés
1 Estos son los reyes de la tierra que los hijos de Israel derrotaron y cuya tierra poseyeron al otro lado del Jordán hacia donde nace el sol, desde el arroyo de Arnón hasta el monte Hermón, y todo el Arabá al oriente: 2 Sehón rey de los amorreos, que habitaba en Hesbón, y señoreaba desde Aroer, que está a la ribera del arroyo de Arnón, y desde en medio del valle, y la mitad de Galaad, hasta el arroyo de Jaboc, término de los hijos de Amón; 3 y el Arabá hasta el mar de Cineret, al oriente; y hasta el mar del Arabá, el Mar Salado, al oriente, por el camino de Bet-jesimot, y desde el sur al pie de las laderas del Pisga. 4 Y el territorio de Og rey de Basán, que había quedado de los refaítas, el cual habitaba en Astarot y en Edrei, 5 y dominaba en el monte Hermón, en Salca, en todo Basán hasta los límites de Gesur y de Maaca, y la mitad de Galaad, territorio de Sehón rey de Hesbón. 6 A estos derrotaron Moisés siervo de Jehová y los hijos de Israel; y Moisés siervo de Jehová dio aquella tierra en posesión a los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés.
Reyes derrotados por Josué
7 Y estos son los reyes de la tierra que derrotaron Josué y los hijos de Israel, a este lado del Jordán hacia el occidente, desde Baal-gad en el llano del Líbano hasta el monte de Halac que sube hacia Seir; y Josué dio la tierra en posesión a las tribus de Israel, conforme a su distribución; 8 en las montañas, en los valles, en el Arabá, en las laderas, en el desierto y en el Neguev; el heteo, el amorreo, el cananeo, el ferezeo, el heveo y el jebuseo. 9 El rey de Jericó, uno; el rey de Hai, que está al lado de Bet-el, otro; 10 el rey de Jerusalén, otro; el rey de Hebrón, otro; 11 el rey de Jarmut, otro; el rey de Laquis, otro; 12 el rey de Eglón, otro; el rey de Gezer, otro; 13 el rey de Debir, otro; el rey de Geder, otro; 14 el rey de Horma, otro; el rey de Arad, otro; 15 el rey de Libna, otro; el rey de Adulam, otro; 16 el rey de Maceda, otro; el rey de Bet-el, otro; 17 el rey de Tapúa, otro; el rey de Hefer, otro; 18 el rey de Afec, otro; el rey de Sarón, otro; 19 el rey de Madón, otro; el rey de Hazor, otro; 20 el rey de Simron-merón, otro; el rey de Acsaf, otro; 21 el rey de Taanac, otro; el rey de Meguido, otro; 22 el rey de Cedes, otro; el rey de Jocneam del Carmelo, otro; 23 el rey de Dor, de la provincia de Dor, otro; el rey de Goim en Gilgal, otro; 24 el rey de Tirsa, otro; treinta y un reyes por todos.
Comentario del Capitulo

Capítulo 36-37 En el desierto
Amargo y profundamente humillante fue el juicio que se pronunció en seguida. “Jehová dijo a Moisés y a Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no entraréis con esta congregación en la tierra que les he dado””. Juntamente con el rebelde Israel, habrían de morir antes de que se cruzara el Jordán. Si Moisés y Aarón se hubieran tenido en alta estima o si hubieran dado rienda suelta a un espíritu apasionado frente a la amonestación y reprensión divinas, su culpa habría sido mucho mayor. Pero no se los podía acusar de haber pecado intencionada y deliberadamente; habían sido vencidos por una tentación repentina, y su contrición fue inmediata y de todo corazón. El Señor aceptó su arrepentimiento, aunque, por causa del daño que su pecado pudiera ocasionar entre el pueblo, no podía remitir el castigo.
Moisés no ocultó su sentencia, sino que le dijo al pueblo que por no haber atribuido la gloria a Dios, no lo podría introducir en la tierra prometida. Lo invitó a que notara cuán severo era el castigo que se le infligía, y luego considerara cómo debía de juzgar Dios sus murmuraciones y su modo de atribuir a un simple hombre los juicios que habían merecido todos por sus pecados. Les explicó cómo había suplicado a Dios que le remitiera la sentencia y ello le había sido negado. “Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros -dijo-, por lo cual no me escuchó”. Deuteronomio 3:26.
Cada vez que se vieran en dificultad o prueba, los israelitas habían estado dispuestos a culpar a Moisés por haberlos sacado de Egipto, como si Dios no hubiese intervenido en el asunto. Durante toda su peregrinación, cuando se quejaban de las dificultades del camino y murmuraban contra sus jefes, Moisés les decía: “Vuestra murmuración se dirige contra Dios. Él, y no yo, es quien os libró”. Pero con sus palabras precipitadas ante la roca: “¿Haremos salir aguas?”, admitía virtualmente el cargo que ellos le hacían, y con ello los habría de confirmar en su incredulidad y justificaría sus murmuraciones. El Señor quería eliminar para siempre de su mente esta impresión al prohibir a Moisés que entrara en la tierra prometida. Ello probaba en forma inequívoca que su caudillo no era Moisés, sino el poderoso Ángel de quien el Señor había dicho: “Yo envío mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Compórtate delante de él y oye su voz [...], pues mi nombre está en él”. Éxodo 23:20, 21.
“Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros”, dijo Moisés. Todos los ojos de Israel estaban fijos en Moisés, y su pecado arrojaba una sombra sobre Dios, quien lo había escogido como jefe de su pueblo. Toda la congregación sabía de la transgresión; y si se la hubiera pasado por alto como algo sin importancia, se habría creado la impresión de que bajo una gran provocación la incredulidad y la impaciencia podían excusarse entre aquellos que ocupaban elevados cargos de responsabilidad. Pero cuando se declaró que, a causa de aquel único pecado, Moisés y Aarón no habrían de entrar en Canaán, el pueblo se dio cuenta de que Dios no hace acepción de personas, sino que ciertamente castiga al transgresor.
La historia de Israel debía escribirse para la instrucción y advertencia de las generaciones venideras. Los hombres de todos los tiempos habrían de ver en el Dios del cielo a un Soberano imparcial que en ningún caso justifica el pecado. Pero pocos se dan cuenta de la excesiva gravedad del pecado. Los hombres se lisonjean de que Dios es demasiado bueno para castigar al transgresor. Sin embargo, a la luz de la historia bíblica es evidente que la bondad de Dios y su amor lo compelen a tratar el pecado como un mal fatal para la paz y la felicidad del universo.
Ni siquiera la integridad y la fidelidad de Moisés pudieron evitarle la retribución que merecía su culpa. Dios había perdonado al pueblo transgresiones mayores; pero no podía tratar el pecado de los caudillos como el de los acaudillados. Había honrado a Moisés por sobre todos los hombres de la tierra. Le había revelado su gloria, y por su intermedio había comunicado sus estatutos a Israel. El hecho de que Moisés había gozado de grandes luces y conocimientos, agravaba tanto más su pecado. La fidelidad de tiempos pasados no expiará una sola acción mala. Cuanto mayores sean las luces y los privilegios otorgados al hombre, tanto mayor será su responsabilidad, tanto más graves sus fracasos y faltas, y tanto mayor su castigo.
Según el juicio humano, Moisés no era culpable de un gran crimen; su pecado era una falta común. El salmista dice que “habló precipitadamente con sus labios”. Salmos 106:33. En opinión de los hombres, ello puede parecer cosa ligera; pero si Dios trató tan severamente este pecado en su siervo más fiel y honrado, no lo disculpará ciertamente en otros. El espíritu de ensalzamiento propio, la inclinación a censurar a nuestros hermanos, desagrada sumamente a Dios. Los que se dejan dominar por estos males arrojan dudas sobre la obra de Dios, y dan a los escépticos motivos para disculpar su incredulidad. Cuanto más importante sea el cargo de uno, y tanto mayor sea su influencia, tanto más necesitará cultivar; la paciencia y la humildad.
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