Viernes 24 de Octubre 2025.
- daniela0780
- 24 oct
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Josue 4 (RVR1960) Patriarcas y Profetas
Las doce piedras tomadas del Jordán
1 Cuando toda la gente hubo acabado de pasar el Jordán, Jehová habló a Josué, diciendo: 2 Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu, 3 y mandadles, diciendo: Tomad de aquí de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales pasaréis con vosotros, y levantadlas en el lugar donde habéis de pasar la noche. 4 Entonces Josué llamó a los doce hombres a los cuales él había designado de entre los hijos de Israel, uno de cada tribu. 5 Y les dijo Josué: Pasad delante del arca de Jehová vuestro Dios a la mitad del Jordán, y cada uno de vosotros tome una piedra sobre su hombro, conforme al número de las tribus de los hijos de Israel, 6 para que esto sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? 7 les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron divididas delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre.
8 Y los hijos de Israel lo hicieron así como Josué les mandó: tomaron doce piedras de en medio del Jordán, como Jehová lo había dicho a Josué, conforme al número de las tribus de los hijos de Israel, y las pasaron al lugar donde acamparon, y las levantaron allí. 9 Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí hasta hoy. 10 Y los sacerdotes que llevaban el arca se pararon en medio del Jordán hasta que se hizo todo lo que Jehová había mandado a Josué que dijese al pueblo, conforme a todas las cosas que Moisés había mandado a Josué; y el pueblo se dio prisa y pasó.
11 Y cuando todo el pueblo acabó de pasar, también pasó el arca de Jehová, y los sacerdotes, en presencia del pueblo. 12 También los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés pasaron armados delante de los hijos de Israel, según Moisés les había dicho; 13 como cuarenta mil hombres armados, listos para la guerra, pasaron hacia la llanura de Jericó delante de Jehová. 14 En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron, como habían temido a Moisés, todos los días de su vida.
15 Luego Jehová habló a Josué, diciendo: 16 Manda a los sacerdotes que llevan el arca del testimonio, que suban del Jordán. 17 Y Josué mandó a los sacerdotes, diciendo: Subid del Jordán. 18 Y aconteció que cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová subieron de en medio del Jordán, y las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en lugar seco, las aguas del Jordán se volvieron a su lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes.
19 Y el pueblo subió del Jordán el día diez del mes primero, y acamparon en Gilgal, al lado oriental de Jericó. 20 Y Josué erigió en Gilgal las doce piedras que habían traído del Jordán. 21 Y habló a los hijos de Israel, diciendo: Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? 22 declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán. 23 Porque Jehová vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros, hasta que habíais pasado, a la manera que Jehová vuestro Dios lo había hecho en el Mar Rojo, el cual secó delante de nosotros hasta que pasamos; 24 para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días.
Comentario del Capitulo

Capítulo 34-35 La rebelión de Coré
Coré se había retirado de la asamblea, para unirse a Datán y a Abiram, cuando Moisés, acompañado por los setenta ancianos, bajó para dar la última advertencia a los hombres que se habían negado a comparecer ante él. Como multitudes los seguían, antes de pronunciar su mensaje, Moisés ordenó al pueblo por instrucción divina: “Apartaos de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, porque no perezcáis por todos sus pecados”. La advertencia fue obedecida, porque se apoderó de todos la aprensión de que iba a caer un castigo. Los rebeldes principales se vieron abandonados por aquellos a quienes habían engañado, pero su osadía no disminuyó. Se quedaron de pie con sus familias a las puertas de sus tiendas, en abierto desafío a la advertencia divina.
Entonces Moisés declaró, en el nombre del Dios de Israel, a oídos de la congregación: “En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciera todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad. Si como mueren todos los hombres mueren estos, o si al ser visitados ellos corren la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Pero si Jehová hace algo nuevo, si la tierra abre su boca y se los traga con todas sus cosas, y descienden vivos al seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová”.
De pie, llenos de terror y expectación, en espera del acontecimiento, todos los israelitas fijaron los ojos en Moisés. Cuando terminó de hablar, la tierra sólida se partió, y los rebeldes cayeron vivos al abismo, con todo lo que les pertenecía, “y desaparecieron de en medio de la congregación”. El pueblo huyó, sintiéndose condenado como copartícipe del pecado.
Pero el castigo no terminó en eso. Un fuego que fulguró de la nube alcanzó a los doscientos cincuenta príncipes que habían ofrecido incienso, y los consumió. Estos hombres, que no habían sido los primeros en rebelarse, no fueron destruidos con los conspiradores principales. Se les dio oportunidad de ver el fin de ellos, y de arrepentirse; pero sus afectos estaban con los rebeldes y compartieron su suerte.
Mientras Moisés suplicaba a Israel que huyera de la destrucción inminente, todavía podría haberse evitado el castigo divino, si Coré y sus asociados se hubieran arrepentido y hubiesen pedido perdón. Pero su terca persistencia selló su perdición. La congregación entera compartía su culpa, pues todos, cual más, cual menos, habían simpatizado con ellos. Sin embargo, en su gran misericordia Dios distinguió entre los jefes rebeldes y aquellos a quienes habían inducido a la rebelión. Al pueblo que se había dejado engañar se le dio tiempo para que se arrepintiera. Tuvo una evidencia abrumadora de que los rebeldes erraban y de que Moisés estaba en lo correcto. La poderosa manifestación del poder de Dios había eliminado toda incertidumbre.
Jesús, el Ángel que iba delante de los hebreos, trató de salvarlos de la destrucción. Se prolongó el plazo para obtener perdón. El juicio de Dios había venido muy cerca, y los exhortó a arrepentirse. Una intervención especial e irresistible del cielo había detenido la rebelión de ellos. Si querían responder a la intervención de la providencia de Dios, podían salvarse. Pero aunque huyeron de los juicios, por temor a la destrucción, su rebelión no fue curada. Regresaron a sus tiendas aquella noche, horrorizados, pero no arrepentidos.
Tanto los había lisonjeado Coré y sus asociados, que se creyeron realmente muy buenos, y que habían sido perjudicados y maltratados por Moisés. Si llegaban a admitir que Coré y sus compañeros estaban equivocados y que Moisés estaba en lo justo, entonces se verían obligados a recibir como palabra de Dios la sentencia de que debían morir en el desierto. No querían someterse a esto, y procuraron creer que Moisés los había engañado. Habían acariciado la esperanza de que se estaba por establecer un nuevo orden de cosas, en el cual la alabanza reemplazaría a la reprensión, y el ocio y el bienestar a la ansiedad y la lucha. Los hombres que acababan de perecer habían pronunciado palabras de adulación, y habían profesado gran interés y amor por ellos, de modo que el pueblo concluyó que Coré y sus compañeros debieron ser buenos hombres, cuya destrucción Moisés había ocasionado por algún u otro medio.
Es casi imposible a los hombres infligir a Dios mayor insulto que el menospreciar y rechazar los instrumentos que él quiere emplear para salvarlos. No solo habían hecho esto los israelitas, sino que hasta se habían propuesto asesinar a Moisés y a Aarón. No obstante, no se percataban de la necesidad que tenían de pedir perdón a Dios por su grave pecado. No dedicaron aquella noche de gracia al arrepentimiento y la confesión, sino a idear alguna manera de resistir a las pruebas de que eran los mayores de los pecadores. Seguían albergando odio contra los hombres designados por Dios, y se preparaban para resistir la autoridad de ellos. Satanás estaba allí para pervertir su juicio, y llevarlos con los ojos vendados a la destrucción.
Todo Israel había huido alarmado cuando oyó el clamor de los pecadores condenados que descendían al abismo, y dijo: “No nos trague también la tierra”. Pero al “día siguiente toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová””. Y estaba a punto de hacer violencia a sus fieles y abnegados jefes.
Se vio una manifestación de la gloria divina en la nube sobre el tabernáculo y salió de la nube una voz que habló a Moisés y a Aarón, diciendo: “Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento”.
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